Que contrastes muestra el fútbol argentino¡. Por una parte, clubes que se autodestruyen institucionalmente, lucen sin rumbo y siembran interrogantes y alarmas. Por otro lado, el esfuerzo y el orden que logran su premio, como si se tratara de una consecuencia natural.
Arsenal acaba de lograr su primer título a nivel nacional. Sin estridencias, sin grandes estrellas, sin apariciones rutilantes en los medios de comunicación, sin vedettismos y con austeridad presupuestaria.
Es un premio, realmente. Es el premio a años de crecimiento -lento y silencioso-. Es el premio a un plantel que conoce sus limitaciones y sabe de sus fuerzas. Es el premio a sobreponerse a las suspicacias y sospechas que se siembran con total impunidad.
Pero, además, es el logro de un entrenador que, fiel a su filosofía, logró orden, esfuerzo, sacrificio y la conformación de un grupo homogéneo. Un técnico como Gustavo Alfaro que, medido en sus apariciones y declaraciones, siempre pregonó esos valores para sus equipos. Que cosechó los puntos necesarios -primero- para que el descenso no siga siendo una amenaza y que luego fue por el título. Ganó los partidos que tenía que ganar. Y luego festejó, con la misma mesura con la que declara y con el mismo fervor con el que vive los partidos.
Algún amigo ligado al fútbol me dijo, una vez, que en este deporte "todo se acomoda". Las promociones, los descensos y la pelea por los títulos así lo demuestra. Arsenal logra ser campeón y demuestra que de nada valen las grandilocuencias, los estruendos, las hinchadas amedrentantes y las burbujas de champagne que parecen teñir a muchos equipos. Con esfuerzo, orden y objetivos precisos y planificados, todo se puede lograr. Arsenal, Sarmiento de Junín, Quilmes y Villa Dálmine así lo demostraron esta temporada. Será cuestión de que algunos que se dicen "grandes" sigan el ejemplo. Quizás, de ese modo, "acomoden" lo que aparece muy desordenado.
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